
llave
Las primeras cerraduras que se usaron en Roma eran extremadamente simples: consistían en dos argollas, una en cada hoja de la puerta, en medio de las cuales se pasaba un clavo. Este sistema facilitaba en tal grado el trabajo de los ladrones que, para evitarlo, los artesanos fueron ideando sistemas cada vez más complejos en los cuales se confería al clavo una forma específica para cada puerta, de forma que solo el dueño de casa o quien tuviera aquel clavo (clavus, clavi) podía abrir y cerrar. Con esta novedad, el nombre clavus cambió ligeramente para llamarse clavis ‘llave’, ‘clave’.
El jurisconsulto Papiniano usaba la expresión clavem tradere con el sentido de ‘entregar la administración de los bienes’, y Cicerón usó claves adimere como ‘sacar las llaves a la mujer, repudiarla’. En sentido figurado, se usó clavis scientiae como ‘clave de la ciencia’.
En castellano, el difonema -cl- cambió en muchos casos a -ll-, por lo que llave se usó desde muy temprano, al punto de que la palabra aparece ya con su forma actual desde los poemas de Berceo, en el siglo XIII.
Clave llegó más tarde, adoptada por vía culta, en la segunda mitad del siglo XVI, y con un significado muy específico que se restringía a lo que sería el sentido figurado de llave ‘código secreto’, ‘reglas que revelan su funcionamiento’ y aun ‘conjunto de signos’.