cortesana
En la Europa medieval y renacentista, las mujeres más hermosas de una región no podían, si no eran nobles, casarse con los señores, que se emparentaban con las hijas de sus iguales para aumentar así sus dominios. Pero como la belleza no se desprecia, y algunas aldeanas eran realmente muy hermosas, igualmente se les reservaba un lugar en la corte para que los señores pudieran contar con sus favores.
Eran las cortesanas, nombre que funcionaba como un delicado eufemismo para disimular el papel de prostitutas de lujo de quienes habían encontrado un atajo para estar cerca de los poderosos a través de la profesión más antigua, un artilugio que ha perdurado a través de los siglos y de las civilizaciones para llegar intacto al siglo XXI.
Sin embargo, no era raro que una cortesana entablara una relación sentimental estable con un benefactor rico, generalmente mediante contratos minuciosos que casi siempre incluían alguna previsión sobre un soporte financiero vitalicio, más allá del término de la relación. (v. concubina).