abracadabra
Aparece por primera vez en una obra titulada Liber Medicinalis, del médico romano, presumiblemente de origen semítico, Serenus Sammonicus, del siglo II. Este facultativo, que atendió al emperador romano Caracalla, decía haber curado la malaria mediante un amuleto que tenía la forma de un triángulo equilátero, en el cual estaba escrita esta palabra mágica.
Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, comentó despectivamente que, durante la epidemia de peste bubónica en Londres, muchas personas colocaron este amuleto en las puertas de sus casas, esperando así protegerse de la enfermedad.
El uso de estos amuletos era común en la secta dualista de los gnósticos —creían en un dios y un demonio igualmente poderosos—, que pensaban que la salvación podía ser obtenida mediante el conocimiento esotérico, al que llamaban gnosis. Esta secta fue fundada en el siglo II por Basílides, un profesor de la Universidad de Alejandría, quien postulaba la existencia de Abraxas, un ser que vinculaba al culto al Sol. A las siete letras griegas de abraxas se les atribuían números, cuya suma arrojaba un total de 365, la cantidad de días que la Tierra tarda en recorrer su órbita.
Esta etimología de abracadabra es la que suscribe sin reservas la Academia española en su diccionario. Sin embargo, no debe desdeñarse la opinión del etimólogo neozelancés Eric Partridghe, quien propuso que el vocablo latino se puede haber originado en la expresión aramea abhadda kedabrah, que significa ‘desintégrate (dicho a un mal o a una enfermedad) como esta palabra’.