tuna
La deslumbrante realidad de un mundo nuevo, rebosante de vegetales, animales, gentes y costumbres totalmente desconocidos para los europeos, obligó a los conquistadores a adoptar palabras ya existentes en el archipiélago antillano para denominar aquella plétora de fascinantes novedades. Inútil resultó para el descubridor la previsión de haber llevado consigo intérpretes especializados en latín, árabe, griego y arameo.
Muchos estudiosos han abordado en diversas épocas el rico aporte léxico de las lenguas originarias antillanas al español durante los primeros años que siguieron al Descubrimiento de América.
Uno de los vocablos originarios del Nuevo Continente fue tuna, uno de los nombres del nopal, registrado al parecer por primera vez en 1526 por el militar, conquistador e historiador Gonzalo Fernández de Oviedo quien la tomó de la lengua taína, propia de los indígenas de las Antillas y parte de la costa norte del subcontinente.
El nombre botánico Opuntia ficus indica le fue dado en referencia a una planta parecida hallada quince siglos antes en la ciudad griega de Opuntia, que fue descrita en la Antigüedad por Plinio. No obstante, las tunas que crecen hoy en Europa fueron llevadas desde América por los conquistadores españoles.
Corominas comenta que, aunque la Academia toma tuna en primer lugar como nombre de la planta, lo cierto es que en casi todas partes lo es solo del fruto (actualmente la RAE recoge ambos significados). El lingüista catalán precisa que en Cuba el fruto se llama tuno, mientras que tuna refiere a la planta.