prestigio
Actualmente refiere a la ‘buena fama ganada por alguien merced a sus méritos, virtudes o habilidades’ y, consecuentemente, al ‘ascendiente, influencia o autoridad’ que esto le confiere.
Sin embargo, antiguamente significaba la ‘fascinación que ejerce la magia sobre el público, causada por trucos de quien la practica’ o, según creencia de algunos, por efecto de algún sortilegio. El diccionario académico menciona también ―con marca de poco usado― el ‘engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban o embaucan’ a la gente. En ese sentido, es más usada hoy la palabra prestidigitador, del francés prestidigitateur, de igual significado pero, quizá de diferente etimología. Según el Trésor de la langue française informatisé, prestidigitateur se habría formado, no a partir de los étimos latinos mencionados más arriba, sino de preste ‘rápido, pronto, ágil’ y del latín digitus ‘dedo’, más el sufijo francés -eur. Corominas (1980) desdeña esta hipótesis y se apega al étimo latino.
La antigua acepción que mencionamos coincide con el latín tardío praestigium, del latín clásico prestigiae, usado por San Isidoro con el sentido de ‘ilusiones, artificios, artimañas engañosas, charlatanería’.
En el siglo XVI, Fray Bartolomé de las Casas escribía: Y así parece la segunda manera de prestigio y engaño que los demonios hacen.
El verbo prestigiar, que hoy usamos con el significado de ‘otorgar prestigio, autoridad o importancia a alguien o algo’, significó en otros tiempos ‘embaucar haciendo juegos de manos’, tal como hace un prestidigitador.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX, el cambio semántico ya parecía haberse comsumado en castellano; Benito Pérez Galdós escribía en 1874 que alguien “Debía en gran parte su prestigio a su gran valor; pero también a la nobleza de su origen” (Corde). En 1884, el diccionario académico incorporó una nueva acepción de prestigio, que se sumó a las anteriores: Concepto favorable que alcanza á una persona ó cosa.