garrafal
En el siglo XVI se llamaba ‘guindas garrofales’ a cierta variedad de esta fruta “mayores que las ordinarias y [que] no tienen tanto agrio”, según describía Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611). El autor del primer diccionario monolingüe castellano suponía que “se deben haber llamado así por haberse enjerido las púas del guindo en el algarrobo” y agrega que "decimos garrofal todo aquello que excede su ordinaria forma y cantidad, como mentira garrofal, uvas garrofales". El diccionario de la Academia le concede algún respaldo a esta hipótesis de Corominas, pues menciona que, en el este de España, garrofal es un sitio poblado de algarrobos’
Sea como fuere, partir de ese calificativo, Corominas supone que luego pasó a garrafal por cruce con garrafa “y por extensión se aplica a todo lo enorme”. En el siglo XVII, Góngora hablaba de “cerezas garrafales”, Quevedo de un “sabañón garrafal” y Tirso de Molina de un cierto “grito garrafal”.
En el siglo XIX Pérez Galdós menciona "errores garrafales", pero el adjetivo todavía se usaba en combinación con muchos otros sustantivos, además de “error”, tales como “mentira”, “desatino” y “disparate”. Sería preciso llegar a la segunda mitad del siglo XX para que se estableciera una restricción combinatoria por la cual garrafal pasaría a usarse más frecuentemente como modificador de “error”, aunque también, en menor medida, de otros sustantivos relacionados semánticamente como “fallo”, “falta” o “lapsus”.
Sin embargo, la denotación original mencionada por Covarrubias se mantiene hasta hoy en el nombre de una guinda de un tamaño parecido al del fruto del algarrobo.
Como curiosidad, digamos que en la prensa de Brasil se llama titulares garrafales a aquellos escritos con caracteres enormes con que se encabezan las noticias de catástrofes u otros temas urgentes e importantes.