hígado
Nuestra lengua no es sino un latín tardío, enriquecido con numerosos elementos godos y árabes después de que estos pueblos ocuparan la península ibérica. Cabría, pues, esperar que el nombre del hígado apareciera emparentado con la palabra latina iecur o, tal vez, con la griega ἧπαρ, ἥπατος (hépar, hépatos), pero ¿por qué hígado?
Se trata de una historia curiosa que comienza con una digresión gastronómica. Los franceses dieron a conocer al mundo el foie gras de oca, una delicatesse (perdón, delicia) elaborada con hígado de oca hipertrofiado con dosis abundantes de maíz. Pero el producto es mucho más antiguo que Francia y los franceses; ya era conocido por los atenienses del siglo de Pericles, quienes, como no tenían maíz, cebaban a las ocas con higos (sykon, en griego) y, como tampoco sabían francés, lo llamaron hépar sýkoton.
Esta exquisitez gastronómica fue legada a Roma, donde el gourmet Marcus Apicius innovó al introducir la costumbre de sumergir el hígado en un baño de leche con miel para que aumentara de tamaño y mejorara su sabor con nuevas fragancias. El hépar sýkoton de los griegos se llamó en Roma iecur ficatum 'hígado con higos', expresión que, con el tiempo, pasó a designar al hígado, con higos o sin ellos, de cualquier animal, incluso el del hombre. Algunos siglos más, y la palabra iécur se perdió en la oscuridad de los tiempos, mientras que ficatum se siguió usando como nombre del órgano, hasta llegar al asturiano fégadu, al castellano antiguo y portugués fígado y, finalmente, al moderno castellano hígado, documentado desde finales del siglo XV:
Sacanse algunos que lo tienen en la ante penultima como filósofo, lógico, gramático, médico, arsénico, párpado, pórfido, úmido, hígado, ábrigo cierto, cuando por amor se hacen desiguales casamientos. (Antonio de Nebrija: Gramática castellana, 1492).