laberinto
En la civilización egea, que se desarrolló antes de la llegada de los helenos, era común la construcción de enmarañados laberintos en cuyos innumerables corredores, cámaras y vericuetos solían perderse los visitantes.
Los griegos llamaron a estas construcciones λαβύρινθος (labýrinthos), una palabra que, según el lingüista francés Antoine Meillet, especializado en lenguas indoeuropeas, tiene probable origen cario. Los carios habitaban la región del mar Egeo y fueron desplazados por los helenos unos nueve siglos antes de nuestra era.
Sin duda, el más famoso de aquellos laberintos era el de Creta, que, según la mitología griega, fue construido por Dédalo para encerrar al mítico Minotauro, un animal sanguinario con cuerpo humano y cabeza de toro.
Durante la Edad Media, la idea del laberinto se asociaba al duro camino de los creyentes hacia Dios. El recorrido tortuoso de los caminos enredados y difíciles hasta hallar el centro simbolizaban en esa época la participación en los sufrimientos de Cristo en la cruz.
En los últimos años hubo un resurgimiento del interés por el símbolo del laberinto, lo que ha inspirado un resurgimiento de la construcción notable en el Parque Willen (Milton Keynes), la catedral Grace de San Francisco y el Parque Tapton de Chesterfield.
Aclaración
Con cierta frecuencia, recibimos objeciones del tipo “esta palabra no existe porque no está en el diccionario de la Academia”, como ocurrió con la voz neblinear, incluida en una consulta reciente. Sobre este punto es preciso aclarar:
1. Ningún diccionario de ninguna lengua se propone incluir todas las palabras del idioma.
2. Normalmente, los diccionarios no incluyen muchas de las palabras que se forman por sufijación o prefijación.
3. El diccionario de la Academia incluye la palabra neblina y el sufijo -ear. Neblinear es, por tanto, una palabra bien formada, de acuerdo con la morfología del español. Se usa más frecuentemente en Chile.