cliente
En la muy estratificada sociedad romana, cliēns, clientis era aquel que estaba bajo la protección o la tutela de otro, a quien escuchaba, seguía y obedecía, generalmente un magistrado, un alto funcionario o un gran propietario. La palabra romana provenía de la raíz indoeuropea sufija kli-ent.
Este sentido ha cambiado en el castellano moderno: el comerciante, el banquero, el profesional universitario no ven en el cliente a alguien que les obedece humildemente, sino a una persona que los favorece porque paga sus mercaderías o servicios.
Sin embargo, la antigua denotación romana se mantiene aún hoy en la ciencia política, en cuyo marco se llama clientes a los ciudadanos que acuden a los políticos en busca de favores, y política llamada clientelista, que se basa en ese tipo de relación corrupta, en la que el político presta favores −empleos, ascensos, jubilaciones− a cambio de votos; llamamos a ese tipo de relación clientelismo, una actividad que está muy desprestigiada pero que se sigue practicando.
Finalmente, también llamamos cliente a aquel que recurre habitualmente a los servicios de un determinado comercio, o servicio, incluso el de una prostituta.