larva
Los romanos llamaban larva a los espectros de los antepasados que atormentaban a los descendientes que descuidaban el culto a sus muertos, según una creencia que heredaron de los etruscos. Por esta razón, los ciudadanos que no tenían hijos solían adoptar uno, que heredaba sus bienes y se comprometía a mantener el culto a la familia. Este significado de larva está vinculado, ya en latín, con los dioses lares, hijos de Lara (o Larunda) y de Mercurio, muy venerados por los romanos, que los colocaban en sus casas en pequeños altares llamados lararium.
En la época del Imperio, el nombre larva se aplicó también a las máscaras del teatro, a las personas deformes física o moralmente y a los funcionarios corruptos.
En el siglo XVIII, el vocablo fue tomado por naturalistas que lo aplicaron, metafóricamente, a las fases juveniles de los animales que sufren, al pasar a la edad adulta, metamorfosis muy significativas, con cambios anatómicos, fisiológicos y ecológicos. Es el caso de la oruga que se transforma en mariposa o el renacuajo, que se convierte en rana.