olfato
Los seres humanos prehistóricos aprendieron a distinguir a sus predadores por el olfato; sentir el olor de los enemigos era un elemento vital de defensa que les permitía ponerse a salvo en caso de ser objetos de un ataque. Probablemente el olor de las víctimas de los humanos, que las hay hasta hoy, los ayudaba a buscar su alimento.
Los pueblos indoeuropeos usaban la raíz od- para referirse a la familia léxica del olfato, que dio lugar al latín odor, del provino el verbo olfacio, y su participio pasivo olfactum.
De ahí provinieron las palabras husmear, (antiguamente osmar y usmar) y el nombre del osmio, un metal que exhala un olor muy fuere. De ahí también el nombre del ozono O3, un gas cuya molécula está formada por tres átomos de oxígeno, a diferencia del oxígeno que respiramos, cuya molécula tiene solo dos átomos. Otras palabras que nos vienen de la misma raíz indoeuropea son anosmia ‘pérdida del olfato’ y disosmia, ‘pérdida parcial de ese sentido corporal’.