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Elena Poniatowska: "Catalina la Grande le enseñó todos los trucos sexuales a mi antepasado"

Xavi Ayén

La celebrada autora mexicana en su casa de Ciudad de México / Sashenka Gutiérrez, EFE

Elena Poniatowska (París, 1932) desciende directamente del último rey de Polonia, Stanislaw Poniatowski (1732-1798). Su familia abandonó la Francia ocupada por los nazis y se instaló en México cuando ella tenía diez años. No hablaba entonces una palabra de español, “lo aprendí en la calle –dice, por teléfono, desde su casa en el barrio de Chimalistac en la capital mexicana–, platicando con las sirvientas, los vendedores ambulantes y los que tiran la basura. Fueron buenos profesores porque años más tarde me gané el Cervantes. Me sentí mexicana desde el primer día, cuando vi una pila de naranjas en la calle, será que los niños no viven el exilio como los adultos”. Un día, “de repente me acordé de que había muchos retratos de aquel antepasado Poniatowski por todas partes, sus escudos de armas, restos del culto familiar al polaco... Decidí saber mejor quién era y viajé a Polonia, donde encontré cantidad de estatuas suyas por todas partes, y de su sobrino Józef, que fue mariscal de Napoleón, todos siempre luchando contra los rusos”.

El resultado es El amante polaco (Seix Barral), monumental (891 páginas) novelización de la biografía de su antepasado, que se merecía una gran obra ya que “solo sonaba a la gente por aparecer en algunas películas sobre Catalina la Grande como su primer amante”.

La acción del siglo XVIII –repleta de intrigas versallescas, bailes de salón, aristocráticos procesos de formación, ingeniosos diálogos y cruentas batallas– es el núcleo del libro aunque se alterna con visitas a los siglos XX y XXI, con escenas de la infancia, juventud, madurez y vejez de la autora. Allí aparecen Carlos Fuentes (“guapo, amable y risueño, baila la conga como un canguro”), Octavio Paz, Juan Rulfo, Diego Rivera, Siqueiros, Cantinflas, Luis Buñuel (“quien, fíjese qué raro, me llevaba siempre a ver unos ratones blancos que le gustaban, en una jaula de cristal de una tienda cerca de su casa. Salía todos los días a mirarlos, fascinado. Desde arriba vigilaba como un Dios a los hombres, que eran ratones”).

“Stanislaw fue un buen rey, promovió la ciencia, la salud y la cultura, y eso me enorgullece”, afirma. “Aunque le faltó carácter, fue un amante demasiado dócil de Catalina, ella le enseñó todo del amor, todas las piruetas y trucos, toda la calistenia, porque sabía más que él, que era virgen, Catalina se echaba a los hombres pollitos”. El esposo de Catalina, el futuro zar Pedro III, llega a aceptar la relación extraconyugal, pues “era un idiota y además cornudo, no aportó gran cosa, la prueba es que se dejó matar por ella con una facilidad inmensa”. También opina que Poniatowski “era muy bien educado y a veces eso puede actuar en contra tuya. En la época no había mayor honra que ser soldado pero a él no le gustaba la actividad militar ni los héroes con el pecho de lata”. Culto, tradujo a Shakespeare –de cuyas obras charla con el zar cornudo–, pues “hay que tener en cuenta que los eslavos son buenísimos traductores y muy políglotas, aprenden todos los idiomas porque nadie habla el suyo”.

“Ningún país del planeta ha sufrido las calamidades de Polonia –lamenta la autora–, hasta el punto de ser borrado del mapa. Tuvo la mala suerte de sufrir unos vecinos tan poderosos y expansionistas como Rusia, Austria y Prusia. Poniatowski retrata a Federico de Prusia como una hidra, era el Putin de la época, invadiendo países, aunque no le gustaban las mujeres, lo que es un gran defecto”.

La obra aborda, asimismo, la experiencia como madre soltera de Poniatowska (víctima de una violación por parte del escritor Juan José Arreola, como denunció ella misma a finales del 2019, tras más de seis décadas de silencio, en uno de los más impactantes actos del #MeToo mexicano) aunque aquí elude detalles al respecto y refleja una maternidad en la que “tuve más inconsciencia que miedo”. También cuenta la relación con su marido, el astrónomo (ella dice "estrellero") Guillermo Haro y con sus diversos hijos y nietos.

El ambiente del periodismo –Poniatowska todavía publica entrevistas, a sus 90 años–, con colegas como José Emilio Pacheco, Vicente Rojo o Carlos Monsiváis, sus reportajes o sus visitas a la cárcel son descritos de forma vívida. Entre las estampas, está la de cuando enseñó las piramides a Juan Goytisolo y su pareja Monique Lange, “que era muy francesa, todo lo sabía, y se puso a criticar a Simone Weil, a quien tanto quiero. Díganme, ¿quién de las dos es la gran escritora y pensadora?”.

Poniatowska mantiene contra viento y marea su relación de amistad con López Obrador -"que me cuesta disgustos porque no es muy seguido en mi entorno social"-, actual presidente mexicano, quien “de vez en cuando me llama... pero por cariño no para consultarme cosas”.

En el libro. el lector asiste a la pérdida de la visión del ojo izquierdo de la narradora, que no hizo caso al oftalmólogo y siguió escribiendo sin parar frente al ordenador. “¿Que cómo va el ojo? ¡Tengo uno buenísimo: el derecho!”, responde riendo.

¿Se imagina qué hubiera pasado de haber llegado a reina de Polonia? “Hubiera sido una reina muy alegre, de las que les gusta dar bailes”, responde sin dudar.