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El surgimiento de las academias americanas

La unidad del español peninsular y americano

La sorprendente unidad de nuestra lengua no es obra del acaso. Tras las guerras de la Independencia ocurridas en la primera mitad del siglo XIX, el sentimiento predominante entre los hablantes criollos era de resentimiento contra la antigua potencia colonial que era terreno fértil para el surgimiento de disidentes como el argentino Domingo Faustino Sarmiento, que pregonaron la ruptura con las normas salidas de España. En Chile llegó a establecerse una "ortografía chilena" que duró hasta las primeras décadas del siglo XX. Un par de generaciones después de la Independencia, prevaleción la comprensión de que todos tenían a ganar con la existencia de un idioma unido y de una norma única, comprensión que llevó a la fundación, en 1871, de la Academia Colombiana de la Lengua, la primera de las 22 que hoy existen. Juan Ramón Lodares nos reseña en este artículo el proceso que condujo a la magnífica unidad del idioma español, en el marco de una rica diversidad. R.S.

Por Juan Ramón Lodares

El 24 de noviembre de 1870 sucedió un hecho interesante. Un indicador de que, igual que hubo importantes procesos de disgregación idiomática a lo largo deI siglo, empezaba a haberlos de integración. EI marqués de Molins, que era entonces director de Ia Academia Española, inició unas gestiones para crear Academias correspondientes en los países americanos. EI documento de Madrid decía así: "Los lazos políticos se han roto para siempre. De Ia tradición histórica misma puede en rigor hoy prescindirse; ha cabido, por desdicha, hasta el odio entre España y Ia América que fue española; pero una misma lengua hablamos, de Ia cual, si en tiempos aciagos que ya pasaron usamos hasta para maldecirnos, hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia". Aparte de Ias buenas intenciones de esta declaración, Molins estaba preocupado porque en aquellos años los hablantes americanos ya superaban en número a los españoles, las guerrillas idiomáticas persistían en el continente, los emigrantes llegaban en aluviones nevando consigo todo tipo de lenguas, y en países como Argentina, Uruguay o Chile la mezcla de acentos sobrepasaba en ocasiones al espanol neto. EI peligro de fragmentación estaba servido y había que hacer algo para evitarlo.

Hacía casi cuarenta años que al mejicano Lucas Alamán se le había ocurrido 1o mismo: formar una academia en su país. Era una ocurrencia espontánea, a la vista, según él, de 1o mal que estaba el idioma por la falta de escuelas, la mala literatura, las peores traducciones, las guerras civiles americanas y el alejamiento de España. La iniciativa de Lucas Alamán no llegó a prosperar. Por 10 menos, no dio frutos sobresalientes. EI historiador colombiano José María Vergara era un alma afín a Alamán. Vergara pertenecía a un grupo de notables colombianos preocupados por conservar en su país la pureza del lenguaje de Castilla vinculándose a la Academia Española. O sea, que la iniciativa de Molins no fue un acto gratuito pues ya había recibido algunos avisos americanos. Sin embargo, una vez en marcha, no despertó gran entusiasmo. Para entonces, España no era un modelo ni político, ni cultural, en ámbitos influyentes de la intelectualidad americana. De modo que las Academias correspondientes que fueron apareciendo, con cierta pereza, a partir deI primer paso dado por Colombia en 1871, eran para algunos autores al estilo deI argentino Juan María Gutiérrez quintacolumnas deI pensamiento más conservador; la mayoría de los académicos que las integraban simpatizaban con Ios partidos políticos europeos menos progresistas y la misma filosofia de fijar el Ienguaje según moldes clásicos era buena muestra de sus ideas apolilladas. Para Gutiérrez, y para otros tantos como él, los nuevos usos idiomáticos de argentinos, chilenos, venezoIanos, podían ser irregulares y hasta destrozar la gramática, pero si tales destrozos servían para la expresión deI pensamiento libre, bienvenidos fueran. Dicho de otra forma: las Academias iban a ser, probablemente, un freno para las ideas liberales.

EI caso es que se fueron inaugurando Academias. Rencillas políticas aparte, nadie en su sano juicio estaba dispuesto a negar las ventajas de poseer una lengua curtida para la administración, la cultura, la enseñanza y, además, cqnocida internacionalmente. A los quince anos del llamado de Molins, Bogotá, Quito, México, San Salvador, Caracas, Santiago de Chile, Lima y Guatemala habían respondido con la creación de sus Academias. En 1973 se fundó la última de ellas en Estados Unidos. Hoy son veintidós. En un principio, la labor de las Academias americanas era meramente subsidiaria: se subordinaban a la Española y le proporcionaban noticias sobre "provincialismos" que la corporación madrileña incluía, o no, en el Diccionario. Esta situación, sin embargo, estaba a punto de cambiar. Las intenciones que animaban el documento de Molins -que los americanos copiaran los usos españoles para evitar la disgregación- se desanimaron al llegar al continente.

Rufino José Cuervo fue una eminencia que perteneció al grupo de fundadores de la Academia Colombiana. Por aquellos años acababa de escribir unas Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano donde decía cosas verdaderamente raras para los oídos de la época. Todavía era corriente el concepto -no sólo entre los europeos, sino entre los propios americanos- de que los usos de América, en cuanto se apartaban de los de España, eran una especie de corruptelas simpáticas y poco más. Pero Cuervo demostraba que muchos usos americanos eran, simplemente, formas clásicas del español que la península había olvidado y América repetía, ergo, los americanos conservaban fielmente usos que los españoles habían "corrompido", ergo, a veces los españoles se equivocaban y los americanos no. A Cuervo lo acusaron en España de querer patrocinar la formación de lenguas nacionales americanas con tales ideas. No había tal. Como suele ocurrir en estos casos, Cuervo conocía la literatura española, y la tradición hispánica en general, mucho mejor que sus acusadores. La intención de Cuervo era otra: poner en pie de igualdad el español hablado en América al hablado en España y obligar a ésta a reconocer que, en términos de norma lingüística, el español era ya condominio de muchos hablantes, con varias metrópolis creadoras y emisoras de lengua, la mayoría de las cuales no estaba, precisamente, en la península.

Rufino José Cuervo tenía razón. Al final se reconoció ese hecho evidente. Por tanto, desde principios de siglo, se fue abandonando el viejo concepto de que el español tenía un centro rector -a veces identificado con Madrid, a veces con Toledo, casi nunca con Sevilla, que algo de importancia ha dejado en América- y se admitió que el castellanismo castizo era un estorbo para la ideología que sustenta el concepto de unidad lingüística. Porque, muy en el fondo, la unidad de lengua radica en la idea de que se está unido y en la voluntad de mantenerse en ese ideal, y si ese reconocimiento de la aportación americana -al que contribuyó desde España Unamuno, y al que más tarde Ramón Menéndez Pidal le dio entidad teórica- no se hubiera producido, quién sabe si los separatistas argentinos, por citar el caso más extremo, no hubieran dado rienda suelta a sus particularismos y hubieran avanzado en sus proyectos de una lengua nacional, puesto que en poco podían contribuir a un modelo marcado por Castilla que, por mucho que se esforzaran, era de todo punto imposible para ellos obedecer o seguir. Y como ellos, quién sabe si se hubieran autodefinido idiomáticamente los chilenos, venezolanos, mejicanos y suma y sigue,

Cuervo solucionó un problema y el viejo criterio de pureza idiomática (identificado con lo castellano) dio paso al de norma hispánica ideal. Por lo menos en la escritura, la norma panhispánica no admite dudas y la última ortografía de la lengua española se avala por las veintidós Academias, En lo que respecta a la lengua hablada, el asunto es otro, Como opina Guillermo L. Guitarte: "La desaparición del concepto de pureza crea, a su vez, el problema de encontrar otro criterio que guíe la política lingüística. La falta de un criterio de valor, reemplazado acaso por nociones puramente lingüísticas o sociológicas, puede, a la larga, ser más perjudicial a la conservación de la lengua que la vieja idea de pureza". Es una preocupación razonable.

El hispanohablante debe acostumbrarse hoy a que la norma culta de unas regiones es coche y la de otras, auto; lo que alguien pronuncia como paciencia alguien más lo hace como pasiensia, lo que para unos es tú, para otros es vos, lo que para unos es piscina, para otros es alberca y para otros más pileta, lo que para unos es bolígrafo, para otros es birome, para otros lápiz atómico, para otros de bola,. hay quienes dicen "¿qué quieres tú?", quienes dicen "¿tú qué quieres?" y quienes dicen "¿qué tú quieres? "; cuando alguien de Venezuela le exija algo, se lo estará pidiendo con toda cortesía; los peninsulares debemos resignarnos a que nuestra costumbre de perder la d cuando decimos llegao, helao, cansao. ..se considere una vulgaridad frente a la norma mejicana y americana, en general conservadora, que prefiere llegado, helado, cansado. A esto no hay más remedio que acostumbrarse, y yo creo que nos acostumbramos bien: el Festival de Cine de San Sebastián da premios cinematográficos denominados "La Concha" que a la gente de cine rioplatense les suena de otra manera muy distinta, algo así como si les dieran "El Coño"; que yo sepa, no ha habido ninguna protesta al respecto. Sin embargo, el asunto del polimorfismo no deja de suscitar algunas dudas; por ejemplo, ¿qué español enseñar a un extranjero? ¿El de tú, paciencia, bolígrafo?, ¿el de vos, pasiensia, birome?, ¿el de auto o el de coche? Si usted vuela en alguna compañía norteamericana no se sorprenda si, a la hora de elegir la lengua en que desea ver las aburridas películas de vídeo que suelen pasar en los aviones, le dan a elegir entre castilian o spanish american. Pero no hay que volar para advertir cómo esta diferenciación está ganando terreno, entre otras varias causas, por la doble denominación castellano/ español que utilizamos a cada paso. Si tal polivalencia no causa problemas para consumo interno de hispanohablantes, sí puede confundir a hablantes de otras lenguas: en la Constitución de Nicaragua: "El español es el idioma oficial del Estado", así para Honduras, Guatemala, Cuba, Puerto Rico, Paraguay... En la Constitución de Colombia: "El castellano es el idioma oficial", así en Venezuela, Ecuador, Perú. En la Ley Federal de Educación mejicana se habla de "idioma nacional". Y la formulación más rara, e internacionalmente confusa que puede leerse, la hemos inventado los españoles: "El castellano es la lengua española oficial del Estado", si con española dicha formulación se refiere al hecho de que el castellano se habla en España se trata de una aclaración imprescindible, sin duda.

Por otra parte, respecto a la dispersión normativa, ¿qué ocurriría si la literatura, el cine, los medios de comunicación se vieran invadidos por una fiebre localista que prefiriese giros muy particulares de Quito, por ejemplo, a aquellos que pueden comunicar a dicha ciudad con Montevideo, La Habana y Tenerife? Son circunstancias posibles. Como opina el profesor Juan Manuel Lope Blanch: "La norma hispánica ideal coincide más con los usos cultos americanos que con los castellanos". Es lógico, los castellanos netos quizá constituyan el 3 ó 4 por ciento del dominio hispánico todo. Pero en América no hay unanimidad precisamente.

La norma ideal es eso mismo: ideal. En Gran Bretaña podemos encontrar tales diferencias habladas en lo que llamamos inglés que acaso podrían considerarse lenguas distintas... si los británicos se empeñaran en considerarlas así. Pero los británicos se empeñan en considerar que hablan la misma lengua con alto grado de variación. Quizá haya que seguir su ejemplo. Porque la condición para ser parecido es sentirse parecido. Ahora bien, ese sentimiento debe ir respaldado por vínculos materiales: comercio, diplomacia, turismo, cooperación internacional, acuerdos en educación, periódicos, cadenas de radio y televisión, que alimenten la idea. Por lo demás, la variación es inevitable. Las circunstancias políticas y económicas a las que se enfrenta Hispanoamérica -y la propia España en la Unión Europea- no dejan de ser una caja de sorpresas. Y la fragmentación sucederá cuando esas circunstancias hagan que la idea de unidad no pueda mantenerse o no le importe a nadie hacerlo. De hecho, hay quien supone que el español está dando muestras preocupantes de disgregación normativa.

"El mundo hispánico hablará spanglish", leo en un titular del diario madrileño El País del 2 de febrero de 2000. Su autor es Ilan Stavans, un profesor de español del Armhest College, en Massachusetts. Ya saben que los titulares de periódico deben ser convenientemente llamativos -y el propio Stavans nos anuncia a renglón seguido que acaba de publicar un diccionario de spanglish, espanglis, o como se llame-. Resulta que hay hispanos en Estados Unidos que son conscientes de su español y de su inglés, de modo que pueden ir de uno a otro. Pero a otros muchos, si no les viene a la cabeza la palabra techo dicen rufa (inglés, roof),. si no aciertan con gratis dicen fri (inglés, free) y así se hacen entender. El caso que eso les ocurre muchas veces, de modo que han creado un idioma intermedio: el spanglish. Antes era la lengua de los pobres, pero ya no lo es tanto. Ahora hay ciento veinticinco emisoras de radio en California que utilizan el spanglish. No hay tantas emisoras de radio en toda Centroamérica que se expresen en español, digamos, correcto. De modo que Stavans cree que el spanglish será lengua franca del mundo hispánico (¿por qué no del mundo anglo?). Si bien él todavía enseña en inglés o en español, según los casos, ya nos avisa de lo que puede pasar. Es mucho creer, me parece.

Por mi parte, dada mi edad e instalación europea, difícilmente me veo "drinqueando fri en los estores" antes que "bebiendo gratis en las tiendas", por ejemplo, cuando hacen esas promociones de cerveza que, de otra forma, no beberías nunca. Por lo demás, ¿se librará el techo del acoso de rufa ?, ¿convivirán?, ¿confluirán en una lengua normalizada que se enseñe en las escuelas, tenga un patrón literario y uso administrativo? ¿Qué será del spanglish de Gibraltar, que se parece poco al del suroeste estadounidense? Quién lo sabe. Imaginen ahora que, con el entusiasmo que les ha entrado a los brasileños por aprender español, se creara otra lengua fronteriza, digamos, el lusoñol. De hecho, yo recibo correos electrónicos de estudiantes brasileños en un lusoñol muy aceptable. Incluso me atrevería a contestarles en lo mismo. La confluencia del portugués y el español en una gran lengua compartida por lusohablantes e hispanohablantes ya ha sido propuesta, teóricamente, por Ignacio Hernando de Larramendi. Quién sabe si los brasileños estarán en el camino de lograrlo. Las lenguas son así. En el fondo, nunca se sabe qué va a ser de ellas, porque nunca se sabe qué va a ser de sus hablantes. De modo que, tal vez, no sean muy aventuradas ni las predicciones de Stavans ni la posibilidad de un futuro lusoñol de base brasileña. Incluso hay quienes apuestan por la creación de un catalañol en Cataluña, como uno de los efectos de la catalanización obligatoria de la escuela pública, donde acuden niños que hablan español en sus casas. Todo es posible.

Este artículo fue extraído, con la debida autorización, del libro de Juan Ramón Lodares Gente de Cervantes. Historia humana del idioma español. Pulse aquí para adquirir el libro.