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El lenguaje, una creación colectiva

El lenguaje lo crea la sociedad en su conjunto

Eva Aladro Vico *

Aunque no solemos pensar en ello, tenemos a nuestro alrededor uno de los prodigios fundamentales de los que nuestra especie es capaz, y cuya invención debería guiar nuestra idea de lo que es crear. Su existencia confirma que es posible una creación colectiva, y una inteligencia común y compartida. Ese prodigio es el lenguaje humano.

Nuestra cultura global tiende a considerar como creadores de lenguaje a los autores, sea de la literatura, la ciencia, la teorización filosófica o la ideación política. Tendemos a pensar que la sociedad humana avanza por los impulsos de los creadores individuales. En el lenguaje verbal, se considera a los autores algo así como a matrices lingüísticas. Las grandes obras que generan son como una especie de fuente o de venero fundamental del que se nutre la lengua.

¿Quién crea lenguaje?

En el lenguaje verbal humano es patente que la creación que da lugar a su inmensa riqueza no es producto de los grandes autores. Estos son más bien recipientes, y exhibidores, de la riqueza creadora del lenguaje como un fenómeno colectivo. Sabemos bien que los grandes autores tienen un excelente “oído” para la belleza y certeza del lenguaje en el que escriben. Pero ellos no son sino una parte individual de esa inmensa creación común, generada por todos, que es la invención de la lengua.

La lingüística generativa demuestra que hay un “creador” anónimo y colectivo en el lenguaje, como lo demuestran también los juegos de palabras, los modismos y coloquialismos originales y acertados, o los refranes de la sabiduría tradicional. La comunidad que crea la lengua está regida por una serie de principios y modos de actuación, entre los cuales está la búsqueda y la conformidad con la forma idónea; sea generada por alguien anónimo, sea generada, ocasionalmente, por un autor conocido.

Un complejo edificio colaborativo

En cualquiera de nuestros intercambios lingüísticos existe un proceso enormemente complejo, en el que más allá del entendimiento y la comprensión hay un juego armonioso con las formas y su expresión en el lenguaje. Este juego armonioso implica a cada usuario, porque en él se refunda constantemente la propiedad y el acierto en el lenguaje. Esa propiedad y acierto se transmiten y trasladan a la comprensión y capacidad de interpretación de los hablantes. Se trata de un proceso complejo, en el que aceptamos las formas escogidas para hablar, y usándolas a nuestra vez, cooperamos con los demás en la consecución del sentido que compartimos. Así se construye el edificio increíble de la lengua.

Sabemos, por los estudios de lingüística y de sociolingüística, que los lenguajes construyen a las comunidades en un proceso de constante creatividad y conformidad. Si los lenguajes son procesos, igualmente las comunidades se constituyen y reconstituyen mediante ellos.

Cada vez que se usa una expresión en un lenguaje, hay una puesta en escena, una actuación, en la que las reglas y estructuras organizadas son adaptadas y transformadas, de acuerdo con las necesidades expresivas y con los contextos. Es como un inmenso glaciar que lentamente va desplazando, por virtud de un fondo móvil, la inmensa capa congelada de las organizaciones parciales y las reglas fijas. La lengua se transforma constantemente, pero lo que la transforma es el uso.

El andamiaje del uso

El uso de cada hablante supone un andamio o una escalera sobre la que los demás hablantes se apoyan. No se trata de cualquier uso, bien entendido, sino de aquellos usos que expresan, que tienen capacidad de actualizar el lenguaje hacia un presente, los que conectan el lenguaje con el proceso creador de la misma existencia.

Es un proceso circunstancial, sin duda, provisional, creado en cada caso, para cada contexto, como ensayo de formas que buscan el acierto. Un proceso infinitesimal, pero común, de inteligencia colectiva casi invisible, va generando esa inmensa creación que es una lengua.

Por eso afirmaba Saint Exupéry que las palabras crean a sus hombres. Las palabras que surgen de la experiencia creadora, que van hacia otros hombres, los transforman. Con ello avanza, no solamente el sentido de la existencia, sino un lenguaje, una gigantesca forma armónica que no tiene un origen individual, sino colectivo. Solo lo comúnmente sentido quedará fijado en esos infinitos ensayos de música callada, de música hecha pensamiento, que son los lenguajes.

Un universo de aciertos compartidos

No solamente el lenguaje verbal es una gran creación humana, sino cualquier lenguaje creador, sea musical, sea visual, sea el lenguaje de una disciplina como las matemáticas o el lenguaje que el hombre genera ante el surgimiento de una tecnología, como el lenguaje digital. Ante realidades creadoras, creamos lenguajes.

Se trata de modulaciones que nos sirven para adaptarnos a esas realidades, intentos de bailar al son de aquella dimensión de experiencia ante la cual el ser humano debe actualizarse, debe combinarse o ensamblarse con ella. El lenguaje creado, que es un gigantesco ensayo de formas que van exponiéndose y siendo aceptadas, modificadas, sepultadas por el gran glaciar lingüístico, enseña a entender esa tecnología, circunstancia, experiencia que llega.

Sirve para crear múltiples variaciones e interpretaciones expresivas que los demás conocen y comparten porque experimentan del mismo modo esa misma llamada a la participación creadora. Como en el mundo de los memes digitales, o como en el mundo de la improvisación jazzística, cada usuario es un artista que contribuye con su propuesta de formas. Ello va generando una gran creación gramática, un universo de aciertos que es compartido, una lengua. Decía Peirce que los hombres somos signos: en un sentido como este, cada formación con sentido está en el lugar de un ser que lo busca.

De ahí que hayamos afirmado, por heterodoxo que parezca, que lo importante del lenguaje no es que se pueda atribuir a un autor o a una obra, sino que es creación de todos, y de ahí el insondable origen de expresiones, dichos o de la vida de las palabras.

Es esencial en la lengua la libertad de creación, porque es ella la que hace fluir y vivir a una lengua. Una libertad común y compartida, profundamente ligada al gusto y a la idea. Hay gustos comunes e ideas canónicas, y estas están, si se buscan, en el lenguaje: esa inmensa creación humana que no tiene copyright y es nuestra más profunda y común esencia.

 *Eva Aladro Vico es Profesora Titular de Teoría de la Información, Universidad Complutense de Madrid