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El español en las traducciones de Hollywood

El español en las
traducciones de Hollywood
Xosé Castro

La mayor parte de las películas que tupen nuestra cartelera son de producción estadounidense y todas llegan a nuestro país acompañadas de una tarjeta de presentación denominada informe de prensa (dossier de prensa, dicen algunos) que contiene información muy detallada sobre los personajes, la trama, el equipo de producción y mil y una anécdotas sobre las dificultades del rodaje, el denuedo de los actores principales en condiciones de filmación extremas (por ejemplo, tener que rodar en un desierto y verse forzado a alojarse en un motel), la exquisita selección de los decorados y paisajes, los aciertos y esfuerzos en materia de producción artística, etcétera.

Este que firma, que ha leído y traducido unos cuantos informes de esos que se envían a las salas de redacción de la prensa general y especializada, sabe que muchos de los artículos publicados en tales revistas del sector se inspiran casi totalmente en estos informes traducidos. Y es que la información que proveen sobre la película es tan detallada y masticada que casi no es necesario verla para tener una idea completa de lo que ha supuesto rodarla (labor encomiable la de sus redactores, por otra parte).

Al principio pensaba que el estilo plúmbeo y recurrente con el que estaban redactados esos informes se debía a la falta de destreza de los redactores estadounidenses, pero luego descubrí que se trata de un artificio deliberado: el truco consiste en que sea cual fuere el párrafo elegido, siempre contendrá cierta información sobre las excelencias de la película, de ahí la repetición ad náuseam de los mismos datos, la sucesión recurrente y pleonástica de sinónimos y otros malabarismos lingüísticos. En resumidas cuentas, un recurso que llevan usando desde hace siglos nuestros charlatanes de feria.

Y digo yo que la lectura de las torpes traducciones de esos informes, el visionado de películas mal traducidas y el barniz de esnobismo habitual -que a veces no es más que incuria- es lo que ha llevado a algunos redactores y comentaristas cinematográficos, durante el último decenio, a emplear a mansalva términos innecesarios y a menudo simplones.

Cavilaba yo sobre esto porque me gusta el cine y veo que han desaparecido casi por completo una serie de expresiones castizas porque algunos redactores y locutores prefieren un equivalente inglés traído por los pelos (y a rastras): a los buenos y malos de los filmes ahora prefiere llamárseles «héroes y villanos» (heroes & villains). Cuando una situación o una persona no nos gusta porque nos parece vergonzosa o carente de gusto, ya no es lamentable, bochornosa o da pena sino que es «patética» (pathetic), y así, por arte de birlibirloque, este adjetivo que usábamos para definir las hambrunas africanas se frivoliza y vale también para calificar a un personaje que se hurga las narices en público.

En la entrega de los premios Oscar, en lugar de rendirse un homenaje a un actor veterano, se le «da un tributo» (tribute), como si fuera el cobrador del fisco. En español, un perdedor es una persona que pierde algo en algún tipo de competición o juego, pero se usa en las películas como traducción literal del término inglés loser para significar fracasado, frustrado o echado a perder.

Supongo que dentro de poco, la famosa frase «nunca segundas partes fueron buenas» pasará a ser «nunca las "secuelas" fueron buenas» (sequel) y será más coherente, porque todos sabemos que las secuelas ―especialmente las cacarañas de la viruela― no son nada buenas.