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El Diccionario panhispánico de dudas: unidad y corrección idiomáticas

El Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD) surgió como respuesta a las numerosas inquietudes sobre el empleo apropiado del castellano que durante años muchos hispanohablantes formularon a las distintas academias de la lengua española. Con su publicación, los usuarios no necesitamos examinar por separado los otros tres códigos de la Academia: Ortografía, Gramática y Diccionario, sino que, consultando un solo texto, el DPD, podemos despejar rápidamente nuestras dudas ortográficas, gramaticales o léxicas.

Karon Coralpor

El Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD) surgió como respuesta a las numerosas inquietudes sobre el empleo apropiado del castellano que durante años muchos hispanohablantes formularon a las distintas academias de la lengua española. Con su publicación, los usuarios no necesitamos examinar por separado los otros tres códigos de la Academia: Ortografía, Gramática y Diccionario, sino que, consultando un solo texto, el DPD, podemos despejar rápidamente nuestras dudas ortográficas, gramaticales o léxicas.

El texto se inicia con un conjunto de apartados preliminares que nos presentan los fundamentos lexicográficos: motivación, propósito, destinatarios, naturaleza normativa, decisiones tomadas, estructura, cuestiones tratadas, descripción de las entradas, advertencias para el uso.

Al diccionario propiamente dicho se dedica el cuerpo central de la obra: 7 000 voces. Aparecen dos tipos de entradas: los artículos temáticos que abordan cuestiones generales (por ejemplo, concordancia o queísmo) y los lemas puntuales sobre los que podríamos tener dudas (por ejemplo, enseguida o Perogrullo). En el caso de los primeros, cada tema general es tratado con considerable extensión, bien organizado en subapartados y, cuando es necesario, auxiliado por didácticos cuadros sintéticos. Además, los lemas puntuales traen una definición muy sencilla (solo para situar semánticamente al lector) seguida por directrices de uso sustentadas en ejemplos pertinentes.

Acompañan a las entradas anteriores un conjunto de cinco útiles apéndices: modelos de conjugación verbal, lista de abreviaturas, lista de símbolos alfabetizables, lista de símbolos o signos no alfabetizables, y lista de países y capitales, con sus gentilicios.

El glosario de términos lingüísticos reúne las nociones fundamentales para describir una lengua. Se sigue en él una tradición gramatical que puede ser comprendida por un público culto general, tanto de no lingüistas como de lingüistas (incluso de lingüistas de distintas corrientes y tendencias). Las definiciones sencillas y breves son un buen punto de partida para profundizar más adelante en temas lingüísticos. Cuando el concepto amerita un tratamiento más extenso, el lector puede encontrar remisiones a los artículos temáticos que aparecen en el cuerpo del diccionario.

La obra finaliza con una nómina de fuentes citadas. De estas fuentes, además de los corpus propios de la Academia , CREA y CORDE, se extraen las citas para la ejemplificación de las entradas.

Desde su publicación, el DPD ha suscitado cierta controversia. La primera cuestión en debate es su naturaleza normativa. En efecto, dado su origen y su propósito, el DPD no puede menos que ser normativo. Y es natural que lo sea: es producto de una institución normalizadora, la Asociación de Academias de la Lengua Española , de la que la Real Academia Española forma parte; su finalidad es resolver dudas, es decir, hacer de juez y sentenciar el uso que se ajusta al modelo académico. Aún así, el DPD es menos normativo que lo que algunos desearían.

Examinemos con mayor detenimiento la idea de normativo. Un texto normativo prescribe, no describe, el uso lingüístico que juzga correcto. Los textos de la Academia, y el DPD entre ellos, prescriben usos correctos del castellano y proscriben usos incorrectos. Precisemos entonces qué es el castellano y qué es correcto en su uso. El castellano es más bien los castellanos. El castellano de Chile y el castellano guatemalteco, el castellano de Junín y el piurano, el castellano de las adolescentes y el de la generación de los abuelos, el castellano oral y el escrito, el castellano hablado en la intimidad de la cocina y el pronunciado en una conferencia, el castellano del abogado y el del campesino, el castellano de una limeña hija de padres limeños y el de una limeña de padres amazónicos… y muchos castellanos más. Desde el punto de vista de las disciplinas lingüísticas, todas esas variedades de castellano son igualmente legítimas, válidas, correctas y adecuadas. Todas sirven cabalmente a los propósitos expresivos de sus usuarios. Por ello, cuando en un intercambio verbal en un pueblo andino se escucha la frase de la vecina su perro [de la becina su persho], ese es un enunciado correcto, gramaticalmente bien formado, ajustado a su norma sintáctica regional y a la pronunciación local. Y cuando el gramático o el lingüista afirma que es un enunciado válido, está describiendo de manera técnica un uso local, no emitiendo juicios basados en el prestigio social atribuido a ese uso.

Ahora bien, ¿acerca de cuál de los castellanos prescribe el DPD? Acerca de una variedad más entre otras: la variedad estándar del castellano y de ella preferentemente el registro escrito en su modalidad formal.

La estándar es una variedad especial, distinta de las demás que se adquieren por el contacto entre las personas, que se desarrollan de manera natural, sin darnos casi cuenta. En cambio, aprender la variedad estándar supone un esfuerzo extra, supone la presencia de instituciones que nos instruyan acerca de su uso. Hay que ir a la escuela para aprender a organizar una disertación oral, pero no para conversar con nuestros padres. No les enseñamos a nuestros alumnos a mandar un mail y chatear en el msn, pero sí a redactar un texto expositivo o un ensayo argumentativo. La variedad estándar es, pues, enseñable y se enseña. El DPD es, entonces, junto con otras obras normativas semejantes, un texto para la enseñanza de ese tipo puntual de variedad del castellano. Por ello, cuando los académicos dan directrices («Se pronuncia [kónyuje], no [kónyuge]; por tanto, no es correcta la grafía cónyugue»), emiten juicios valorativos (a veces desafortunadamente expresados: «Deben evitarse pronunciaciones vulgares como [fúlbol] o [fúrbol]») acerca de usos ajustados a un modelo estándar.

Otra cuestión controversial del DPD es haberse autodenominado panhispánico. El término es visto con sospecha: algunos lo entienden como una unión de países de habla hispánica que buscan, más allá de la compenetración cultural e intelectual, una hegemonía económica, tal vez liderada por España.

Lo cierto es que el DPD está destinado a la comunidad hispanohablante en su conjunto, a los millones de hablantes de castellano que habitan distintas zonas geográficas. Y es cierto también que es propósito de las Academias uniformar, normalizar el español, “la lengua supranacional hablada en más de veinte países". Para que esta aspiración panhispánica no sea impuesta “por decisión o capricho de ninguna autoridad lingüística", habría que preguntarse si existe tal comunidad de hispanohablantes, si existe el deseo de unificarnos por el idioma. Las 50 000 preguntas anuales que recibían las Academias y que dieron origen al DPD, las permanentes visitas a la página web de la Real Academia , los miles de ejemplares de textos normativos vendidos dan fe de un número muy amplio de personas que por razones históricas y culturales se sienten parte de una comunidad lingüística y buscan, por lo menos en el campo de lo escrito, un código estándar compartido. En ese contexto restringidísimo debe entenderse lo panhispánico del DPD: conjunto compartido de preferencias lingüísticas acerca de una variedad puntual vigentes en la comunidad de hispanohablantes y convertidas en modelo de uso estándar. Ampliar el contexto supondría renunciar a la variación lingüística, a la riqueza de la diversificación de castellanos.

Precisamente un buen indicio de que la uniformación no es una nivelación a ras de Madrid es la participación conjunta de las veintidós academias, incluida la que representa a los hispanohablantes de Estados Unidos, en la elaboración del DPD. Ello muestra la aceptación de un planteamiento dialectológico importante: la existencia de distintos focos geográficos de estandarización. En efecto, así como no hay un castellanos sino castellanos, no hay una variedad estándar, sino estándares diversos. Y los focos que irradian esas normalizaciones suelen coincidir con las capitales de cada país y luego con las capitales de cada subregión. El empleo de normas diversas prestigiosas en distintas zonas hispanohablantes no atenta contra el fondo común de unidad lingüística supranacional que pretende ser la variedad estándar internacional. Así, por ejemplo, lo internacionalmente estándar es el tuteo (tú comes, tú vives, tú cantas); sin embargo, vosean en Argentina (vos comés, vos vivís, vos cantás) todas las clases sociales, es su norma ejemplar hacerlo; en Bolivia, en cambio, el voseo, que se oye en muchas zonas de ese país, no es considerado norma estándar.

Por otro lado, hace décadas que en las labores de la Academia se procura un balance entre el uso peninsular, que solía ser predominante, y el de la comunidad de hispanohablantes latinoamericanos, incluidos los de Estados Unidos. Prueba de esta presencia no peninsular es la consideración en el DPD del americano computador (y computadora) como lema principal frente al peninsular ordenador. Ocurre también que la pronunciación americana compite de igual a igual con la española. Así, si uno es venezolano o peruano dice video sin complejo de culpa (porque se ajusta a la norma de su estándar) y si se es madrileño, se dirá vídeo y se queda igualmente bien.

Se le reprocha, además, al DPD que aunque afirme que va dirigido a un público general, su destinatario real sea un lector especializado. Y eso es totalmente cierto, pero ocurre con todo texto que discute cuestiones académicas (humanísticas, científicas) con un cierto nivel de complejidad. La comprensión del discurso científico, especializado requiere un entrenamiento previo. Si se quiere una suerte de DPD para el estudiante (y es una buena idea), habrá que pensar en una transposición didáctica.

También, y de manera medular, se han considerado discutibles ciertas decisiones lexicográficas. Una de ellas es el caso de la ortografía de los extranjerismos. Por ejemplo, la preferencia por güisqui parece desconcertante. Recuerdo que la primera vez que la leí en un texto de España no reconocí que se trataba del whisky. Como ocurre con frecuencia, es más fácil acatar las normas ortográficas de la Academia (aun siendo polémicos algunos casos de hispanización de extranjerismos) que las relativas a la pronunciación o al léxico. El contacto más cercano con el inglés nos permite pronunciar [érbag] para airbag y [sidí] para el CD. No digo debedé ni cedé porque no me atenderían en la tienda y causaría extrañeza en mis hijos, mis alumnos y mis colegas. Y, aunque en el DPD se considere que el calco ratón hace innecesario el uso de mouse, la realidad es que en el estándar peruano se escribe mouse y pronuncia [máus] en libros universitarios y en conferencias especializadas en informática. ¿Dos normas en competencia? Sí, de eso se trata muchas veces. Fútbol “ganó terreno” frente a balompié, de uso ocasional en España. Vóley y vóleibol le ganaron a balonvolea. Pero baloncesto compite mejor frente a básquet y básquetbol, por lo que el DPD recomienda el uso del calco antes que la voz inglesa.

La presencia de formas alternativas que van ganando o perdiendo terreno con el transcurso del tiempo nos muestra que los diccionarios, incluso uno actual como el DPD, son sólo una fotografía del momento. ¿Qué ocurrirá entre e-mail y correo electrónico? El predominio de uno sobre el otro en el registro formal está en las manos de sus usuarios y será tarea del DPD ir consignando, en sus prometidas actualizaciones, los resultados parciales de esa competencia.

Por último, se les reprocha a los autores del proyecto no haber indicado las fuentes lexicográficas consultadas (o no haberlas consultado). Es una crítica grave: el trabajo científico, y la lexicografía es ciencia aplicada, requiere la constante consulta de fuentes y el reconocimiento honesto de los autores que transitaron previamente el camino.

Frente a estas objeciones, las bondades del DPD gozan de una consideración casi unánime. En efecto, no se pone en duda, más bien se felicitan, sus innegables virtudes: se trata de un texto trabajado con esmero, la consulta de los lemas es sencilla, las remisiones facilitan la labor de búsqueda, los artículos temáticos están técnicamente bien tratados, se proporciona al lector tanto un nivel de consulta rápida como uno más profundo, los ejemplos son ciertamente ilustrativos, hay una amplia mención a diversas zonas hispanohablantes.

No quiero dejar de comentar la versión digital del DPD. La Academia ha publicado la totalidad del diccionario en su página web. Y ello es una facilidad muy grande para los lectores, especialmente para nuestros jóvenes estudiantes, muy acostumbrados a buscar información en canales digitales. Aunque existe cierta lentitud para cargar la imagen de algunas entradas, especialmente en el caso de las remisiones, es muy rápido (y económico) despejar dudas sobre la variedad estándar consultando la versión en línea. Una significativa ventaja de la versión digital sobre la impresa es su lista alfabetizada de artículos temáticos. En una sola mirada a la pantalla se puede ver la totalidad de artículos temáticos y pulsar sobre el deseado para obtener a gran velocidad la información buscada. Lamentablemente, es muy pobre la calidad de los cuadros que acompañan muchas de las entradas temáticas. Las imágenes de los cuadros demoran demasiado en cargar en pantalla y no siempre se ajustan apropiadamente a ella.

A pesar de las controversias que ha causado su publicación, a pesar de las precisiones que requiere en materia sociolingüística, el DPD es, con todo, un instrumento de gran valía para la enseñanza y el aprendizaje de las variedades estándares de este idioma nuestro tan heterogéneo.