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Diversidad lingüística: imperativo teórico y necesidad política

En el documento Nueva Política Lingüística Panhispánica, la Asociación de Academias de la Lengua Española no sólo reconoce la diversidad lingüística del área hispanohablante sino que la ensalza como un valor que protege el idioma contra la atomización. Según el lingüista José del Valle, con esta actitud se defiende una ideología dominante en la cual la Real Academia ha sido un actor principal, diseñando y proyectando imágenes de sí misma y de la lengua española que funcionen como representaciones icónicas de la idealizada comunidad panhispánica, supuestamente democrática e igualitaria en favor de los intereses económicos de España.

El documento Nueva Política Lingüística Panhispánica (NPLP), elaborado por la Asociación de Academias de la Lengua Española y publicado por la Academia Española sugiere que las academias deben hacer que la defensa de la unidad sea compatible con el reconocimiento de la existencia de variedades internas. Lo que resulta novedoso es que la actitud favorable a la variación haya ido mucho más allá de la tolerancia: de hecho, se ha llegado incluso a darle la vuelta al viejo argumento de la fragmentación. En la imagen del español que se proyecta desde las instituciones, la diversidad no sólo no es temida sino que es abrazada como un valor, como la mejor protección contra la atomización. El Rey de España, quien, como ya hemos visto, es una de las más prominentes figuras de a comunidad discursiva, comparte esta visión: "el arraigo de la lengua española [...] tiene en su diversidad su más firme garantía de unidad" (cit. en El País 11/5/2005). Es más, este nuevo ideologema -que afirma el poder unificador de la diversidad lingüística- ha informado la actividad normativa de la RAE.

Cuando se anunció la publicación de la nueva gramática académica del español, García de la Concha afirmó: "[será] la primera no peninsular, descriptiva del español en todas sus variantes, una norma policéntrica" (El País 15/10/2005). Vemos que no sólo se abraza el español como lengua que contiene una diversidad interna de la cual se extrae la norma; la norma misma -la sinécdoque, por usar el término de Joseph (1987: 58)- es policéntrica. Por lo tanto la política panhispánica tiene dos componentes: por un lado, el diseño e implementación de las políticas son supervisados por todas las naciones hispanohablantes; por otro, la norma misma las representa a todas. Como los cartógrafos de aquel viejo Imperio en el cuento de Borges (1972), tan preocupados por la precisión que crearon un mapa que literalmente cubría todo el territorio imperial, los autores de la gramática normativa del español exhiben un deseo similar de totalidad y ambicionan cubrir la lengua en toda su diversidad interna: "se busca que `se reflejen y expresen no sólo el español peninsular, sino el español total"' (García de la Concha cit. en El País 15/9/2005, el énfasis es mío)".

Ante este nivel de confianza no deja de sorprender que la Academia haya adoptado precisamente la defensa de la unidad como objetivo principal y que los agentes de la política lingüística española se sientan obligados a afirmar la integridad idiomática una y otra vez como lo hacen. La repetición es, por supuesto, una de las estrategias de naturalización de categorías culturalmente construidas: las celebraciones públicas de la lengua (como congresos) y los monumentos normativos que la representan (gramáticas y diccionarios) son en realidad los actos mismos que la constituyen. E igualmente, las afirmaciones de unidad aparentemente descriptivas son de hecho los actos que la crean. Sin embargo, la insistencia en la afirmación de la unidad y la posición central que ocupa el tema en la comunidad discursiva de la RAE revelan la presencia de una cierta ansiedad en torno a la fragmentación. Como mostraba el epígrafe que abre el capítulo, Santiago de Mora Figueroa afirmaba al tomar posesión de su cargo que: "Hay que preservar la unidad del español porque corre peligro". Y un editorial más reciente de El País en que se celebraba la extensión del español insistía en que no por su formidable expansión está nuestra lengua "menos sometida al peligro de atomización" (11/11/2005).

Obviamente aún quedan algunos temores de desintegración. Pero, si la diversidad dialectal no es ya considerada la posible causa de la ruptura ¿cuál será entonces el origen de esta ansiedad? No la divergencia dialectal sino la divergencia ideológica. Una posible visión alternativa de la lengua, del español, que entrara en conflicto con el panhispanismo dominante y que, de ganar aceptación, provocara una fractura en la comunidad discursiva; una ideología lingüística en torno a la comunidad hispanohablante distinta de la hispanofonía que perturbara el orden lingüístico y expusiera las raíces políticas de la ideología lingüística dominante; nuevas formas, en definitiva, de higiene verbal que exigieran participar en la esfera pública en sus propios términos, es decir, fuera de las vigiladas fronteras de la comunidad díscursiva dominante amenazando su poder hegemónico y poniendo en peligro el orden político-económico que apoya.

Como dije antes, la política lingüística contemporánea de promoción del español y la imagen de la lengua que como parte de la misma se proyecta juega un importante papel en la instrumentalización política de la hispanofonia. El documento Nueva Política Lingüística Panhispánica afirma: "el español es lo que nos permite hablar de una comunidad hispanohablante", una hispanofonía que desde los noventa ha adquirido gran valor para el capital español y sus socios. Pero, como la nación de Ernest Renan, la comunidad multinacional es un plebiscito cotidiano, una permanente campaña contra los que pudieran escoger imaginarla de otro modo. A esta constante amenaza que supone la posible disidencia ideológica, a las visiones alternativas del español, se enfrenta la Academia por medio de la producción de una poderosa imagen que ahora más que nunca debe incluir el entusiasmado abrazo de la díversidad y, como mostró Mauro Fernández en el capítulo anterior, el mestizaje (véase también Narvaja de Arnoux 2005). Para que la comunidad discursiva de la RAE sea verdaderamente hegemónica debe presentar su visión del español no como una visión interesada y socialmente localizada sino como el producto de debates democráticos abiertos y racionales que tienen lugar en la esfera pública, del consenso alcanzado por un público anónimo y atópico que representa a todos porque no representa a nadie. No hay legitimidad sin democracia, no hay democracia sin consenso y no hay consenso sin diversidad. En suma, en la construcción contemporánea de la hispanofonía hegemónica, la retórica de la diversidad se ha convertido en un imperativo teórico tanto como en una necesidad política.

Conclusión
Tras el reciente despegue económico de España, sucesivos gobiernos españoles han movilizado una serie de instituciones lingüísticas y culturales para fortalecer y legitimar su influencia en América Latina y para facilitar las operaciones de las compañías de capital español en aquel continente. La tesis que aquí defiendo es que, ante la posibilidad de que este panorama sea percibido o construido como neocolonial (interpretación que de hecho ha surgido en múltiples ocasiones), estas instituciones aspiran a conceptualizar y presentar públicamente la presencia de España en sus antiguas colonias como un hecho natural y legítimo y han promovido decididamente la elaboración de una ideología lingüística que he llamado hispanofonía. En este proceso, la RAE ha sido un actor principal, diseñando y proyectando imágenes de sí misma y de la lengua española que funcionen como representaciones icónicas de la idealizada comunidad panhispánica supuestamente democrática e igualitaria.

En el análisis aquí propuesto, los debates públicos en torno al español emergen como zonas discursivas donde se manifiestan ansiedades relacionadas con la aspiración de sucesivos gobiernos españoles de alcanzar relativa prominencia en la escena internacional. Las actuales expresiones de preocupación ante la posible fragmentación de la lengua no sólo (no necesariamente) reflejarían entonces temores ante su supuestamente frágil integridad lingüística. En mi análisis, estos discursos reflejarían más bien un estado de alarma ante una posible fractura ideológica que dejara expuesta la desigualdad y la disensión y que dificultara la consolidación de la hispanofoníasi avanzaran formas alternativas de concebir a la comunidad hispanohablante. En respuesta a la posible y peligrosa identificación de España como miembro no sólo interesado sino también privilegiado de la comunidad lingüística fraternal, sugiero aquí que la RAE ha presentado su actividad como si fuera desarrollada en una suerte de esfera pública de la lengua, un espacio abierto donde, supuestamente, representantes de todas las naciones hispanohablantes convergen para tomar decisiones democráticas sobre el futuro de la lengua. Como en este contexto ideológico la misma lengua debe reflejar el carácter abierto de la hispanofonía, la diversidad lingüística es abrazada en la retórica de las instituciones con la esperanza de que, de esta manera, su significado, su potencial subversivo, quede controlado y desactivado.