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Cuando las barbas de tu vecino veas arder

Cuando las barbas del
vecino veas arder...
Ricardo Soca

Existe un antiguo dicho castellano que, con algunas variantes, reza por lo menos desde el siglo XV: Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. En alguna de las variantes modernas, el verbo "pelar" ―que significaba más bien afeitar― es sustituido por "arder", "cortar" o "rasurar", pero la idea del refrán es que debemos aprender de los males que sufren los demás para no caer en los mismos errores y sufrir idénticas consecuencias.

En los últimos años hemos verificado en algunos medios de difusión que no pocos intelectuales utilizan una versión que viene calificada sin mucho fundamento como "verdadera" de este dicho, y que reza: Cuando las bardas de tu vecino veas arder...

Como barda significa ‘seto, vallado o tapia’, y también 'maleza o matojos silvestres', se afirma que es mucho más "lógico" que el viejo dicho se refiera a bardas y no a barbas, puesto que, según se alega, no tiene mucho sentido que las barbas de alguien puedan arder ni pelar, lo que parece sonar muy sensato.

A pesar de esta moda ―porque no se trata más que de una moda― abundante documentación histórica y literaria sostiene en forma concluyente que el dicho original, existente en nuestra lengua desde hace más de cinco siglos y, como veremos, probablemente originario del latín, se refiere a las barbas y no a las bardas del vecino. Una primera aproximación en ese sentido la podemos hacer en el Diccionario de uso del español, de María Moliner, que en su entrada sobre barba incluye: Cuando la(s) barba(s) de tu vecino veas pelar, pon la(s) tuya(s) a remojar. En efecto, pelar ha sido siempre más usado que el más moderno arder, como vemos en las siguientes citas de antiguos diccionarios españoles:

  • Sebastián de Covarrubias – Tesoro de la lengua española (1611) - Quãdo vieres la barba de tu vezino pelar, echa la tuya a remojar.
  • Esteban de Terrero (1765) - Quando la barba de tu vecino vieres pelar, echa la tuya a remojar.
  • En la primera edición del Diccionario de la Academia, de 1726, en una de las varias páginas dedicadas a la palabra barba y los dichos que la contienen se menciona (ortografía actualizada): Cuando la barba de tu vecino vieres pelar, echa la tuya a remojar. Refrán que avisa que tomemos ejemplo en lo que sucede a otro, para vivir con recato, cuidado y prevención. En esa entrada del Diccionario se cita, conforme el uso de la época, la frase original latina: Barbam propinqui radere, heus, cum videris, prabe lavandos barbula prudens pilos (Cuando veas afeitar la barba de tu vecino, ten la prudencia de poner la tuya a remojar), cuyo autor no logré descubrir, pero que permite suponer que la versión es mucho más antigua aún.

Además de estos cuatro diccionarios (no cito otros para no cansar, pero los hay), pude hallar las siguientes referencias literarias:

  • Arcipreste de Talavera (1398-1470) ― Quando la barva de tu vezino vieres pelar, pon la tuya de rremojo.
  • Hernán Núñez ― Refranes y proverbios en romance (1549) – Quando la barva de tu vezino pelar, echa la tuya a remojar.
  • Discurso del capitán Francisco Draque (1587) ― ...pues no velar es summo desatino, viendo pelar las barvas del vezino.
  • Manuel Tamayo y Baus - La ricahembra (1854) ― Guárdate si ves pelar las barbas de tu vecino
  • Benito Pérez Galdós ― De Oñate a la granja (1876) - Cuando las barbas de tu vecino veas arder...

En realidad, el único caso de las bardas de vecino que hallamos en varios corpus del idioma fue del Diario de las Américas, de 1997, pero esa forma no la encontramos en ningún diccionario ni texto literario.

¿Cómo se explica esta confusión? Como barda significa ‘seto o tapia’, según vimos arriba, y también ‘maleza silvestre’, es preciso admitir que el viejo dicho castellano parecería tener más sentido con bardas que con barbas, lo que puede explicar la difusión que ha alcanzado últimamente la primera forma. Sin embargo, no es menos cierto que la evolución del idioma es así, de una lógina no siempre transparente, como atestigua la abundancia en nuestra lengua de tantas frases hechas cuyo sentido original parece haber quedado olvidado tras la bruma de los siglos.