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Colero(a), cubanismos y diccionario académico

Pedro de Jesús *

 

Semejante a lo que sucede con colero(a), en el Diccionario de la lengua española hallamos otras unidades léxicas formalmente coincidentes con voces privativas del español de Cuba que nada o muy poco tienen que ver en cuanto al significado.

Todo parece indicar que la denominación de colero(a) a la persona que se dedica a hacer colas y vender luego el turno surgió en la Cuba de los años sesenta del siglo pasado. La descubro en un discurso del 15 de marzo de 1968, en el que Fidel Castro se pronuncia, irónicamente, sobre el “nuevo oficio ese: el oficio de coleros”.

En la edición de 1985 de El habla popular cubana de hoy, Argelio Santiesteban la registra como exclusiva del español hablado en nuestro archipiélago, y así la recogen el Diccionario del español de Cuba (DEC, 2000), el Diccionario ejemplificado del español de Cuba (DEEC, 2016) —ambos de Gisela Cárdenas y Antonia María Tristá— y el Diccionario de americanismos (DAMER, 2010), de la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Por cierto, el DEEC ilustra el empleo de esta unidad léxica mediante un ejemplo que toma de una edición de Granma del año 1988: «arrestaban a los llamados coleros y bisneros que monopolizaban los turnos para comprar en las tiendas». Y el propio Fidel la menciona en discursos posteriores, de 1991 y 1993, ya en período especial.

Sin embargo, si se busca en el Diccionario de la lengua española (DLE, 2014), principal obra lexicográfica de la RAE, colero(a) no aparece con ese significado. Sustentándose en tal ausencia, algunas personas estiman que carece de legitimidad el uso del vocablo. Peor aún, hay quienes  creen que “no existe”.

Un sentimiento, opinión o actitud similar trasluce el tratamiento gráfico que varios órganos de prensa dieron a colero(a) al comienzo de la reciente cruzada gubernamental. Entrecomillándola, llamaban la atención sobre ella, acaso sugiriendo que era impropia de la lengua escrita o ajena al registro culto y formal del medio de comunicación.

Amén de que resulta paradójico, si no absurdo, afirmar la inexistencia de una voz que circula con tanta profusión, conviene recalcar esta idea: las palabras y sus diferentes acepciones no existen porque están en los diccionarios, sino porque los hablantes las utilizan. Los diccionarios, incluido el académico, no son más que nóminas de palabras que los lexicógrafos reúnen según intereses, métodos, fuentes y recursos varios, y nunca dan cuenta exhaustiva de la realidad de la lengua.

Semejante a lo que sucede con colero(a), en el DLE hallamos otras unidades léxicas formalmente coincidentes con voces privativas del español de Cuba que nada o muy poco tienen que ver en cuanto al significado. Sigamos con sustantivos que indican oficio, profesión u ocupación y se han formado mediante el morfema –ero(a). Según el diccionario académico, pipero no significa lo que en nuestra variedad de lengua, hombre que conduce una pipa. Tampoco liniero es, para tan ilustre inventario léxico, el operario encargado de la instalación y mantenimiento de las líneas eléctricas o telefónicas. Ni se denomina rastrero al que maneja una rastra, listero(a) a la persona que realiza las anotaciones en el juego de la bolita, carretillero(a) al vendedor o vendedora de productos agrícolas en forma ambulatoria, ni mensajero(a) a quien se ocupa de la distribución domiciliaria de mercancías, víveres en lo fundamental, puestas a la venta en bodegas y comercios. ¿Concluiremos, por eso, que no existen o son espurios los significados cubanos de pipero, liniero, rastrero, listero(a), carretillero(a) y mensajero(a)? A nadie en su sano juicio se le ocurriría.

A veces el problema es otro: la definición del cubanismo que incluye el DLE resulta imprecisa. Son los casos de fritero(a), que el DLE refiere como ‘persona que fríe alimentos para venderlos’, y carpetero(a), que asienta como sinónima de recepcionista ‘persona encargada de atender al público en una oficina de recepción’. En rigor, la persona a quien llamamos fritero(a) no fríe y vende cualquier clase de alimento, sino fritas, especie de versión criolla de las hamburguesas; ni aquella a la cual nombramos carpetero(a) atiende al público en cualquier tipo de establecimiento, sino en los hoteles.

Asimismo, brillan por su ausencia en el mataburro académico denominaciones de oficios y ocupaciones como ponchero, granizadero(a) o tresero(a), distintivas de Cuba, y otras que compartimos con dominicanos, boricuas o panameños: guagüerochapisterobolitero(a), etc. (Contradictoriamente, el DAMER, obra también académica, publicada incluso con anterioridad, da cabida a la mayoría.) Y a algunas ni siquiera se las encuentra en los más recientes repertorios del español de Cuba, DEC y DEEC, elaborados hace tres decenios, muchísimo antes de salir de la imprenta. Lo demuestran, por ejemplo, comparsero(a) y bicitaxero, que seguro acabará triunfando sobre bicitaxista.

La recopilación y análisis del léxico propio de cada variedad nacional de lengua —como afirma el doctor en Lingüística Hispánica Francisco Moreno Fernández, director del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard— «es una tarea que no tiene fin» y «ha de renovarse y actualizarse de forma continua». Por lo pronto, esperemos que, para 2026, la próxima edición del DLE, completamente digital y panhispánica, alcance a recoger «la riqueza de la lengua española y su vastedad geográfica», como se ha anunciado.

 * El autor es miembro Correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua. Narrador y ensayista. Premio Alejo Carpentier.