Fernando A. Navarro es médico y traductor médico. Es autor del conocido "Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina", publicado por McGraw-Hill Interamericana. Para adquirir ese diccionario o saber más sobre él, pulse aquí.
Por Fernando Navarro
En la Roma clásica, puppa (ya con la grafía pupa) se aplicó más tarde, por extensión, a la muñeca de trapo que chupaban los niños pequeños y, en general, a cualquiera de las muñecas con las que jugaban las niñas hasta la pubertad, momento en que las consagraban a Venus. Ese sentido se ha perdido también por completo en castellano, pero se perpetúa en varios idiomas europeos, como demuestran el francés poupée (muñeca), el alemán Puppe (muñeca) o el inglés puppet (títere, marioneta). De la muñeca con que juega los niños pequeños a éstos no hay ya más que un paso, y el latín lo dio: pupus era un niño y pupa una niña (este sentido se conserva en el inglés puppy, cachorro). Sus diminutivos, pupillus y pupilla, se utilizaban en el lenguaje jurídico para referirse a los huérfanos menores de edad, que quedaban bajo la custodia de un tutor. De ahí deriva el castellano pupilo, aunque en nuestro idioma el significado de esta palabra se ha ampliado a otras personas que quedan bajo la custodia de alguien, como los alumnos de un internado, los inquilinos de una casa de huéspedes o las pupilas de un prostíbulo. Ya los clásicos latinos, como Cicerón y Plinio, utilizaron la palabra pupilla en un tercer sentido, para designar la pupila del ojo. ¡Extraño cambio de significado! Se trata en realidad de una antigua metáfora, que repetimos todavía en castellano al hablar de la niña del ojo. Antes que los romanos, la habían utilizado ya los griegos, para quienes kore significaba indistintamente -igual que el latín pupilla- niñita, muñeca y pupila del ojo. Bien deberíamos saberlo los médicos, acostumbrados a términos como coreclisis (oclusión de la pupila), corectasia (dilatación anormal de la pupila), coreoplastia (cirugía plástica de la pupila), anisocoria (desigualdad del diámetro de las pupilas) o isocoria (igualdad en el tamaño de ambas pupilas; ¡ojo con la expresión redundante "pupilas isocóricas"!). Nuestro conocimiento de estos helenismos no nos da pista alguna, no obstante, sobre el porqué de esta metáfora. Quien sienta curiosidad de saber el motivo de que desde siempre se haya comparado la abertura del iris con una niña, no tiene más que levantarse y situarse delante de un espejo. Si mira con atención su pupila, verá reflejada en ella una diminuta imagen humana. Siempre que los antiguos miraban la pupila de otra persona veían igualmente su imagen allí reflejada, pero muy, muy pequeñita; y nada más natural que llamarla "niña". |