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Una historia del español

07/11/2011

Jorge Salvador Lara, El Comercio, de Quito

He aquí un libro de verdad, Historia del Español. Visión sincrónico-diacrónica de la lengua. Nos enseña a hablar correctamente, perfeccionar y defender nuestro idioma de las incorrecciones del hablar cuotidiano y del torrente de palabras, modismos y costumbres extrañas que diariamente aumentan menoscabando su identidad. Su autor es el Dr. Fausto Aguirre (Cuenca, 1942), que obtuvo varios doctorados en universidades de Nueva York, Los Ángeles y California; docencia en Indiana, EE.UU., y ahora en Ecuador (USFQ y UTPL). Ha recorrido Europa, EE.UU e Hispanoamérica. Destácanse en su bibliografía, que le ha merecido ingresar a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, a más de conferencias, monografías y artículos varios, sus obras de ficción y sus investigaciones sobre teoría del idioma (Manual de Fonética y fonología y en especial este libro sobre historia del español (Ediciones El Quijote, 480 pp., Loja, 2011).

Aunque Fausto Aguirre dirige la pertinente cátedra y es autor de los capítulos básicos, esta obra ha logrado el aporte de otros 22 investigadores españoles y contemporáneos, fundados en los grandes tratadistas sobre historia del Castellano, desde Nebrija, el primero, en 1492, hasta Cejador, Corominas, Menéndez y Pidal, Lapesa, Dámaso Alonso, Díaz-Plaja y Alvar en el siglo XX. Entre nosotros, la historia del idioma, resulta indispensable, a más de novedosa, pues muy contados castizos escritores como Honorato Vásquez la han estudiado.

El Dr. Aguirre, al investigar el español a través del tiempo (diacronía), divide su historia en varios períodos: evolución del latín en el medievo, castellano primitivo, diferenciación de otros lenguajes románicos y desarrollo en los últimos cinco siglos hasta llegar al español moderno. En cada período estudia el idioma en ese instante (sincronía). No admite Aguirre la rígida autonomía de lo diacrónico con lo sincrónico, sino que postula la interdependencia de varias visiones a través de cada época respecto a la de conjunto en momentos, posición que parece la más aceptable.Intere

santísima, en cada capítulo y adendas, es la enumeración, aunque sea parva, de los aportes de otros idiomas al español: la mayoría proviene, claro está, del latín, y aunque después llegaron los germanos (godos, visigodos, vándalos), sigue el árabe por número de palabras (más de 4 000 voces, por 7 siglos de permanencia en Iberia). Quizás debían haberse mencionado los aportes judíos, presentes en Sepharad hasta 1492. Aportes modernos son los franceses e ingleses. Hoy nos acosa la influencia de EE.UU., pero nos consuela que allá la primera minoría tal vez sea ya la hispanohablante. Un último capítulo, grato de aplaudir, se refiere a los aportes de lenguas indoamericanas. Tal vez el quichua debió merecer mención mayor.