Los límites de la inteligencia artificial se evidencian en las tareas de traducción
El lenguaje del mundo es la traducción. La hermosa definición es de Umberto Eco, la necesidad de comunicarse es universal y atemporal y las traducciones –todavía– se multiplican a cada instante porque sin textos que nos acerquen las realidades de otras latitudes, no sería posible la supervivencia (sin exagerar). Traductores ha habido siempre. El pionero fue el teólogo y lingüista llamado Jerónimo de Estridón (340-420 d.C.) que se convirtió en el “primer” traductor de la historia al dedicarse 27 años a traducir la Biblia del hebreo y el griego original al latín vulgar, el que hablaba la gente común en el Imperio Romano, es decir esa Biblia conocida como la “Vulgata Latina” y que fue la norma en Europa Occidental por diez siglos.
Desde entonces, la tarea de los traductores se difundió y expandió por todo el mundo, se sofisticó, profesionalizó y se volvió fundamental para el desarrollo de todas las artes, oficios y profesiones.
Sin embargo, hoy pareciera estar bajo ataque y bajo la idea de que no hay ladrillo que no se transforme, beneficie y contamine con las virtudes y peligros de la inteligencia artificial (IA). Traductores del mundo –unidos o separados– saben que como tantas otras profesiones están librando una batalla en condiciones desleales contra el avance diario de los “colegas” electrónicos que –hay que decirlo– se superan a diario y crecen aprendiendo de modo exponencial y espeluznante. Por ello, este ha sido uno de los grandes temas que recorrió los cuatro días de un congreso de grandes dimensiones dedicado al futuro de la traducción profesional, realizado a fines de abril. Si bien se analizó y discutieron cuestiones relativas a los infinitos mundos del arte de traducir, en muchas mesas se discutía –en general o en particular– la necesidad de esclarecer la omnipresencia de la IA.
La cuestión es si se está aceptando una convivencia que puede terminar en divorcio o si estamos hablando de una resignación desde el inicio. La temática no solo recorrió gran parte de las mesas de discusión y ponencias, también fue el tema central del panel de cierre del VII Congreso Latinoamericano de Traducción e Interpretación, organizado por el Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires (CTPCBA), a cargo de un grupo de expertos en esta materia caliente y moderada por la presidenta de la institución Beatriz Rodríguez. No es menor el dato que el congreso convocó a 1100 personas entre asistentes, invitados de todo el mundo.
El espíritu que recorrió las exposiciones era el de no alarmar, de discutir las profecías apocalípticas que ponen en duda la existencia del traductor en el corto plazo y de demostrar que queda mucho trabajo por hacer. “Mucha gente ya es cyborg porque lleva un marcapasos y entraría como tal en esa definición”, avisó Juan Gustavo Corvalán, Director del Laboratorio de Innovación e Inteligencia Artificial de la Facultad de Derecho de la UBA. Y agregó: “Hemos visto las tendencias alarmistas que van en contra de la tasa global de desempleo en aquellos países donde más hay robots y donde más hay inteligencia artificial”, sostiene Corvalán. Hacia 2017, las proyecciones en los cuatro países líderes en robótica –y hoy en IA– se preveía que hacia 2019 se reducían las tasas de desempleo. Por ejemplo “en Corea del Sur descendía de 3,1 por ciento a 2,7; en Alemania de 6,1 a 2,9; en Estados Unidos de 9,6 a 3,5; y en Japón de 4,9 a 2,9”.
A su vez, Gerardo Bensi, presidente de ADICA (Asociación de Intérpretes de Conferencias de la Argentina) se preguntaba desafiante “qué hace la IA con eso que se denomina el carácter dialógico del discurso, esa capacidad que tienen los enunciados de poner en escena a otros enunciadores y que muchas veces es pertinente interpretarla porque por algún motivo el enunciador lo puso ahí”. Sumó: “en ciertas situaciones el ser humano está más capacitado para saber cuál es la interpretación o traducción más pertinente en cada contexto”.
Luego argumentó: “la comunicación interlingüística no puede quedar en manos de las máquinas porque la IA no produce discurso, lo que hace es reproducir a partir de los datos que nosotros mismos cargamos. Esos datos son traducciones realizadas por otros seres humanos y no sabemos con qué empeño fueron hechas, con qué espíritu autocrítico por parte del traductor eso ya de por sí es un motivo para observar críticamente los resultados que nos ofrece la IA”.
Bensi suma otro elemento interesante en el terreno social “habría que pensar si queremos que se sigan reproduciendo sesgos raciales, de género, de clase que circulan por todas partes. Si le damos esos enunciados a la IA, entonces nos va a devolver textos con los mismos sesgos. Lo que hace la IA es reflejar a la sociedad de la que surgió”.
Concluye Bensi: “El peligro es aplicar la tecnología sin pensar en sus implicancias para el lenguaje, para la sociedad porque pensar sigue siendo una facultad exclusiva del ser humano”.
Finalmente, Damián Santilli —traductor público de inglés, corrector internacional de textos en lengua española y realizó una maestría en lingüística de la Ateneum University, Polonia— habló sobre el futuro de la traducción más allá de la automatización. Subraya: “Y también otro punto que no termina de quedar claro es cuáles son las fuentes. Porque también se puede entrenar con errores y las IA pueden tomar esas fuentes con errores como traducciones correctas y reproducirlas, de ese modo traducimos mal todo y baja al 100% y le seguimos dando Ctrl-enter sin revisar nada”.
Ante cierto entusiasmo perverso que muchas veces impulsa la muerte de cosas, personas y profesiones, Santilli recuerda que no es la primera vez que se anuncia el fin de la traducción y de los traductores y responde: “No son nuevas todas estas cosas que estamos viviendo como profesión, si pensamos en la traducción automática en sí desde aquel hito que fue el experimento realizado en Georgetown, 1954 que es efectivamente la primera vez donde se hace una traducción automática. Ese famoso experimento de IBM, que tradujo del ruso al inglés unas 60 oraciones, se hizo con muchísima financiación del gobierno de EE.UU. para poder llevar adelante ese proyecto. Se aventuraron a decir que en un período de 3 a 5 años pensaban resolver todos los problemas de la traducción automática. Eso ocurrió en 1954 y pasaron mucho más de tres años...”, cerró Santilli con una sonrisa.
En el cierre de la discusión, Corvalán concluyó con el gran intríngulis de estos tiempos, y que excede al campo de la traducción: “La pregunta es cuánto me tengo que reconvertir y a qué velocidad”.