Lexicografía del coronavirus
El coronavirus que causa la covid-19
La gente suele dar importancia al nombre de las cosas, por alguna razón. La tradición judía del Talmud y la Cábala giraba en buena parte en torno a la combinación exacta de letras que revelaba el auténtico nombre de Dios. Los observadores de pájaros pueden pasarse horas discutiendo la diferencia entre la gaviota, el vencejo y el avión. Llamar Osa Mayor a lo que a todas luces es una cacerola u Orión a esa especie de cometa de juguete ha condicionado durante milenios las interpretaciones de los astrólogos y las brujas Lolas.
Los humanos estamos obsesionados con los nombres por una buena razón: que abstraer un concepto a partir de la jungla impenetrable de la experiencia exige abstraer la información en una síntesis simple que no pierde la información original, sino que la eleva de categoría cognitiva. En nuestro córtex cerebral, entender algo equivale a ponerle un nombre.
La pandemia no escapa a esta tendencia atávica. Ya en 2002 tuvimos un brote internacional de un virus al que se llamó SARS. Son las siglas inglesas de síndrome respiratorio agudo y grave. Supongo que lo de agudo y grave sorprenderá a los músicos, puesto que en ese sector son dos conceptos no ya distintos, sino opuestos. El nuevo agente infeccioso es de la misma familia, luego su nombre empieza por SARS. Como también es un coronavirus (CoV) y es el segundo (2), su nombre resulta en el horrísono SARS-CoV-2 que aqueja al mundo con la enfermedad covid-19, o coronavirus disease (enfermedad) del año 2019. Esto ya sería más que suficiente para aburrir a un rebaño de ovejas, pero ahora llegan las mutaciones y las variantes. La mejor forma de describir las discusiones sobre su nombre es la que ha usado el científico de la computación Tulio de Oliveira, de la Universidad KwaZulu-Natal en Durban: “La nomenclatura es un jodido follón”.
El asunto ocupó parte de la reunión de la OMS sobre variantes del coronavirus celebrada el pasado día 12. Una cuestión polémica son los estigmas. Donald Trump prefería la expresión “el virus chino” para referirse al SARS-CoV-2 y ahora hablamos de las variantes británica, sudafricana y brasileña. Los propios virólogos utilizan esos nombres cuando hablan entre ellos, pero a muchos les disgusta el estigma que supone identificar a un país con una especie de territorio apestado.
Los españoles sufrieron ese problema hace un siglo, cuando la pandemia espantosa de 1918 se denominaba gripe española. En realidad, aquel virus que mató a 50 millones de personas procedía de un cuartel de Kansas. Pero era el último año de la Primera Guerra Mundial, y los aliados no informaban sobre la pandemia para no desmoralizar a las tropas. Solo la prensa española, un país no alineado, publicaba las noticias, y de ahí el sambenito.
La variante británica empezó llamándose VUI202012/01 (variante bajo investigación de diciembre de 2020 número uno). El VUI mutó poco después en VOC (variant of concern, o variante preocupante). Pero otros investigadores prefieren el nombre B.1.1.7, y otros optan por 201/501Y.V1. Las sutiles distinciones entre los nombres mutación, variante, cepa y linaje tal vez resulten útiles para los especialistas —aunque lo dudo—, pero constituyen un tormento para los no especialistas.
* Javier Sampedro. (Madrid, 1960) se doctoró en genética y biología molecular en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid, donde trabajó durante siete años. Más tarde dedicó tres años de su vida a ser investigador posdoctoral en el Laboratorio de Biología Molecular del Medical Research Council, en Cambridge (Reino Unido). Después de diez años dedicado a la investigación en varios laboratorios, su vida dio un giro radical, cuando decidió hacer el máster del diario El País en 1994.