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Cómo la escritura transforma la cultura

Clara Isabel Martínez Cantón*

El ser humano se ha podido manejar sin escribir durante la mayor parte de su historia. Hasta tiempos relativamente recientes, hemos vivido en la que Walter Ong denominaba cultura de la oralidad primaria, “una cultura que carece de todo conocimiento de la escritura o de la impresión”.

Si bien algún tipo de protoescritura pudo estar presente desde el paleolítico, la escritura más antigua conocida se inventó en Sumeria hacia el 3 400 a.e.c., como tecnología de almacenamiento de información y, en un principio, con fines principalmente administrativos o contables (registros mercantiles, códigos legislativos, apuntes mnemotécnicos, etc.).

Sin embargo, una vez inventada, la escritura impactó en todos los ámbitos y para siempre, hasta el punto de dinamitar esa cultura de la oralidad primaria en todas las sociedades en las que se fue implantada. Un ejemplo claro de esto es el de la Grecia antigua.

Tras la Edad Oscura

La creación del alfabeto en Grecia debió ocurrir en el siglo VIII a.e.c. Antes de ese siglo existía en Grecia la civilización micénica, que toma este nombre por tener su centro en la ciudad de Micenas, en el Peloponeso. La cultura micénica se desarrolló entre 1 700 y 1 200 a.e.c. y, tras su caída, los griegos entraron en la denominada Edad Oscura, que concluyó con la aparición de Homero y Hesíodo.

La mayoría de los expertos concuerdan en que entre los pueblos de habla griega que conformaban la cultura micénica existía una escritura silábica, la llamada Lineal B, pero esta desapareció con la caída de esta civilización.

Por ello, puede proponerse con toda seguridad que en la Edad Oscura la cultura griega era completamente oral, tanto en la producción como en la transmisión de saberes. Durante aproximadamente cinco siglos, los griegos parecieron olvidar el arte de la escritura, aunque hay que admitir que lo recuperaron con resultados francamente espectaculares. La Ilíada, la Odisea, la Teogonía y Los trabajos y los días son obras inmortales que siguen fascinando a los lectores hoy en día y fueron, además, las primeras composiciones literarias objeto de fijación escrita de la civilización griega, hecho que puede situarse entre el 700 y el 650 a.e.c.

Escribir permitió la creación de grandes obras, pero la misma existencia de la palabra escrita conllevaba tantas novedades en la forma de entender el mundo que también despertó notables desconfianzas.

Platón denuncia y acepta

En un famoso pasaje del Fedro, Platón denuncia los potenciales efectos negativos que tiene la escritura. Lo hace aludiendo a una leyenda según la cual una deidad regaló al rey de Egipto distintos descubrimientos: el cálculo, la geometría, la astronomía, los juegos de damas y de dados y, por último, la escritura. El rey se muestra agradecido por todos ellos pero, al llegar a la escritura, el dios le advierte de que su utilidad es de doble filo ya que “es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos a ellas, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos”.

Mientras que lo oral refleja la mente de aquel que habla, lo escrito se vuelve independiente del pensamiento al estar fijado en un soporte que existe de forma autónoma. La palabra escrita es claramente inferior a la palabra hablada, pues un texto no dialoga, no defiende sus argumentos y, ante una pregunta, calla.

Sin embargo, la postura de Platón fluctúa entre el rechazo abierto a la escritura y su aceptación resignada. Por una parte, la siente como una amenaza para el viejo método educativo de la dialéctica practicada por su maestro Sócrates. Por otra, sabe que no se puede dar la espalda totalmente a la escritura, la cual representa el progreso.

La escritura estaba ya imponiéndose en tiempos de Platón como un gran logro. El mismo filósofo reconoció en las Leyes la importancia de la escritura en el momento de fijar una ley: una vez escrita ya no se altera y se presta a un cuidadoso estudio para que un juez pueda comprenderla bien. El carácter estable de la palabra escrita ofrece también ventajas prácticas.

De hecho, la escritura siguió funcionando principalmente como una herramienta auxiliar, comprensible además por muy pocos, subordinada al uso de la palabra hablada.

Un texto era principalmente una forma de depositar información de forma fiable y duradera para que luego esta información pudiera ser consultada, verbalizada o recitada por aquellos que lo necesitasen, ya sean mercaderes, legisladores, aedos o sacerdotes. No es hasta mucho tiempo después cuando la escritura adquiere un papel central de nuestra cultura.

La fijación de la palabra impresa

Muchos estudiosos señalan que la imprenta es la que marca realmente el cambio del modelo de transmisión oral de la cultura a la lectura. Sin embargo, habrían de pasar muchos años desde su invención hasta que la lectura pudo ser realmente algo socialmente generalizado. De hecho, la alfabetización masiva de la población es un hecho reciente.

Sabemos, por ejemplo, que la lectura de textos poéticos en voz alta fue muy común hasta prácticamente el siglo XIX. Y es que, si hablamos de literatura, el gran cambio se produce en el siglo XIX cuando el Romanticismo intensifica el valor de la originalidad, muchas veces incompatible con las fórmulas repetitivas, usadas para ayudar a la memoria, de la cultura oral. La letra impresa fue la protagonista de la transición de la cultura oral a la cultura escrita.

Pero no sería justo decir que la imprenta y la escritura hayan expulsado totalmente a la palabra hablada de nuestra cultura. De hecho, el siglo XX trae nuevos avances tecnológicos que permiten la recuperación de la oralidad, si bien mediada por la escritura. A esto se refiere Ong al hablar de la era de la oralidad secundaria.

Frente a la oralidad tradicional (primaria), uno de los cambios fundamentales de la nueva oralidad es que existe una distancia temporal y espacial entre la producción y el consumo de la palabra.

Así, desaparece la presencia física del locutor pero queda la voz y, dependiendo del medio, también la imagen. El oyente, al igual que sucedía con el lector, es solo un ente abstracto en el momento de grabar. No se habla para un público presente sino para una audiencia potencial, y la palabra oral puede ser reproducible.

Y como también le pasa al lector de letra impresa, el oyente de voz grabada no puede dialogar, intervenir o replicar esa palabra. Las reservas de Platón hacia la escritura también se aplicarían a las grabaciones.

La escritura en la era digital

Si la escritura supuso un cambio cultural que se acrecentó con la invención de la imprenta, es inevitable plantearse cómo la era digital ha afectado a su vez a la escritura.

Pero no sería justo decir que la imprenta y la escritura hayan expulsado totalmente a la palabra hablada de nuestra cultura. De hecho, el siglo XX trae nuevos avances tecnológicos que permiten la recuperación de la oralidad, si bien mediada por la escritura. A esto se refiere Ong al hablar de la era de la oralidad secundaria.

Frente a la oralidad tradicional (primaria), uno de los cambios fundamentales de la nueva oralidad es que existe una distancia temporal y espacial entre la producción y el consumo de la palabra.

Así, desaparece la presencia física del locutor pero queda la voz y, dependiendo del medio, también la imagen. El oyente, al igual que sucedía con el lector, es sólo un ente abstracto en el momento de grabar. No se habla para un público presente sino para una audiencia potencial, y la palabra oral puede ser reproducible.

Y como también le pasa al lector de letra impresa, el oyente de voz grabada no puede dialogar, intervenir o replicar esa palabra. Las reservas de Platón hacia la escritura también se aplicarían a las grabaciones.

La escritura en la era digital

Si la escritura supuso un cambio cultural que se acrecentó con la invención de la imprenta, es inevitable plantearse cómo la era digital ha afectado a su vez a la escritura.

De este punto de partida nace la idea del paréntesis de Gutenberg, formulada primeramente por el profesor Lars Ole Sauerberg. Sauerberg y otros teóricos como Thomas Pettitt desarrollaron el proyecto “The Gutenberg parenthesis – print, book and cognition”. Funcionaba como un foro abierto de discusión que organizaba eventos más o menos formales partiendo de la siguiente pregunta: “¿Es nuestra emergente cultura digital, en parte, un retorno a las prácticas y modos de pensar que eran centrales para las sociedades humanas antes del advenimiento de la imprenta?”.

En líneas generales, la tesis del paréntesis de Gutenberg sostiene que la era de la textualidad sería, esencialmente, una interrupción en la forma de comunicación, creación y transmisión de la cultura. Sauerberg sostiene que la era digital no es simplemente una fase distinta en una progresión lineal de las formas de comunicación, sino más bien una vuelta a las prácticas y los modos de pensar anteriores a la imprenta.

Sauerberg y sus colaboradores distinguen tres épocas con distintas características. La era «pre-Gutenberg» se caracterizaba por su fluidez. La cultura era efímera, difícil de almacenar en un soporte físico, pero fácilmente compartible y flexible, es decir, podía ser cambiada. Es la imprenta la que introduce una idea de fijación, de permanencia, de estabilidad y autoridad. La era «post-Gutenberg» recupera la fluidez de la forma de producir y difundir los productos culturales de la era «pre-Gutenberg». En el medio digital se pierden las ideas de autoridad, individualidad y permanencia de la imprenta.

El cambio fundamental al que apuntan los autores es la concepción de la realidad más ligada a una red de conexiones que a una estructura de pertenencias. En este sentido, la cultura predominantemente oral se transmitía de persona a persona, llegaba a alguien, cambiaba, se difundía. Con el libro impreso pasa a estar contenida en un objeto reproducible, pero no modificable. La tesis del paréntesis de Gutenberg defiende que, al funcionar más como una red de conexiones que como un contenedor, la cultura digital se caracteriza por una forma de escritura más colectiva, cambiante y efímera.

Un buen ejemplo de esto es, precisamente, el propio foro del proyecto del paréntesis de Gutenberg. El sitio web estuvo disponible en el MIT, después en la University of Southern Denmark (hasta 2018 aproximadamente) y actualmente ya no está accesible, lo que de alguna manera apoya sus principales tesis.

Como vemos, la escritura ha sido la protagonista de grandes cambios culturales y ha sabido ir adaptándose a distintas épocas y medios, transformándose con ellos. Desde el punto de vista de la comunicación, la escritura pone en el centro del proceso al lector. Es él, tanto en el papel como en la pantalla, el que lleva la iniciativa en el proceso comunicativo: elige qué leer, qué repetir, qué abandonar.

Esto explica la trascendencia que el lector ha adquirido, por ejemplo, en la teoría literaria contemporánea (teorías de la recepción, pragmáticas), pero también la importancia actual de la publicidad para cualquier producto cultural. La tecnología ha permitido cifrar no únicamente el lenguaje, sino también la voz y la imagen. Estamos ante la era del poder del receptor.

 

* Clara Isabel Martínez Cantón es Profesora del Departamento de Literatura española y Teoría de la Literatura. Área de Teoría de la Literatura, UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia

 Una versión de este artículo fue publicada originalmente en la revista Telos de Fundación Telefónica.